Aún sigue la farsa del recuento de votos en Afganistán. Junto al fraude de las elecciones iraníes, no se inicia o una práctica política que vulnera la voluntad popular, sino que permanece no sólo en países de tradición democrática débil o nula, e incluso en los más experimentados en la materia. La manipulación electoral no es cosa del pasado, de los viejos regímenes liberales del siglo XIX, sino un método que pervivirá con consentimiento de la comunidad internacional. El fraude iraní hubiera sido mucho peor para el futuro de la tiranía teocrática si los Gobiernos democráticos se hubiesen negado a reconocer los resultados y apoyado a las revueltas populares, pese a la limitación de sus pretensiones.
En Afganistán no hay ni siquiera una democracia virtual, hay una des-democracia: un estado de inestabilidad tal que ni el Gobierno afgano, con el apoyo de las tropas extranjeras, puede mantener el control más allá de Kabul. El resto del país está en manos de los señores de la guerra y de los talibanes, un feudalismo en miniatura en estas fechas modernas, con los que las tropas extranjeras y el Gobierno afgano tienen que pactar.
La pretensión de elecciones libres es una idea ingenua. Es imposible el voto libre mientras pervivan los vínculos clánicos, sería como declarar que en la Edad Media había democracia en el campo feudal o en la ciudad de los burgueses. Es imposible el voto libre cuando existe el miedo, el miedo a los talibanes o la presión del Gobierno de Karzai. Es imposible el voto libre y toda idea de democracia cuando se excluye a las mujeres del derecho al voto por las amenazas talibanes y el miedo a los atentados. No puede haber democracia donde la mitad de la población es considerada inferior y en una situación de servidumbre.
Cuando cayó la tiranía talibán se pensó que, pese a las dificultades económicas y políticas que Afganistán iba a seguir sufriendo (como comprobamos), las mujeres recuperarían sus derechos pisoteados por la teocracia talibán. Eso fue así al principio, pero ahora que los talibanes se han fortalecido de nuevo, ni la presencia militar extranjera puede cambiarlo.
También es imposible toda democracia cuando el débil Estado afgano está diseñado para que el amigo de los americanos, Karzai, ocupe el sillón presidencial. La presencia militar únicamente trata de garantizar, con notable fracaso, el control económico del gasoducto de Turkmenistán-Pakistán.
En Irak, la ocupación también ha sido por motivos económicos, igualmente con un gran fracaso. Pero se han logrado muchos más avances que en Afganistán. Contrariamente a lo que pensaba, el Estado iraquí consigue salir del colapso en el que estaba inmerso y poco a poco vuelve a controlar la situación sobre el terrorismo. Aunque el verdadero análisis llegará cuando las tropas estadounidenses se retiren.
La comunidad internacional y, sobre todo, los países democráticos occidentales, fracasan y engañan. No es por la democracia o la libertad, es por la economía. Nunca una frase tan clara como "¡Es la economía, estúpido!" define a toda una inmensa diplomacia internacional escondida tras la bandera de la libertad. No sólo ocurre en Afganistán o en Irak, si observamos la Historia podremos comprobar una infinidad de ejemplos. Una verdadera pesadilla.
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