Abstención
El primer factor a tener en cuenta de estas pasadas elecciones tiene que ser, cómo no, la abstención. De ahí también deriva el resto. Que la participación en las mayores elecciones democráticas para elegir a la mayor asamblea transnacional sea sólo del 43%, le resta un apoyo esencial al proyecto europeo: los ciudadanos. A grandes rasgos, una participación mínima juega a favor de la Europa de los Gobiernos, porque quien debe estar enfrente de ellos e imponerse como el órgano legislativo supremo y definitivo, el Parlamento Europeo, tiene una legitimación democrática muy débil.
La participación es inversamente proporcional a la adquisición de competencias, pero totalmente proporcional al interés mediático que se le quiere dar. Durante la campaña en España, se ha acusado al PP y al PSOE de haber votado juntos en más del 70% de las ocasiones. La falta de diferencias entre los dos grandes partidos juega en contra de la participación, pero no sin embargo a favor de los pequeños partidos, como podría ocurrir en otros países.
Esa coincidencia de votaciones no se debe, sin embargo, a una similitud ideológica, sino a que en el Parlamento Europeo se vota en razón del sentido de Estado de cada país. La cuestión nacional. Los eurodiputados socialistas españoles o alemanes, por poner un ejemplo, no tienen por qué coincidir con su voto, pese a estar en el mismo grupo parlamentario y pensar igual, sino que pueden votar distinto porque, sencillamente, son de países distintos. Por poner otro ejemplo, el PP español votó en contra de la normativa de las 65 horas no por discrepancia ideológica con el proyecto, sino porque en España tendría luego muchos problemas para explicarse, estando en la oposición, donde hay que parecer ser bueno para mantener y ganar apoyos.
La concepción confederal de la Unión no hace sino ahondar en este fenómeno. También ocurría en la época de la Confederación de las Trece Colonias norteamericanas, hasta que la causa federalista consiguió imponerse. La idea de la votación por país es nefasta para un sistema de partidos basados en la diferencia ideológica. Con esta idea, quién sí se benefician son los partidos más preocupados por sus respectivos países: los partidos nacionalistas, euroescépticos y extremistas. Partidos como el UKIP británico, el Frente Nacional lepenista o la lombarda Liga Norte están en su salsa.
También en esto se incluyen a los grandes partidos conservadores que, aunque mucho más moderadamente que los otros, también llevan en su abecé ideológico el sentimiento nacional. Para quienes el patriotismo no es la bandera o la frontera, sino los ciudadanos, como es el caso de los partidos de la izquierda, esta idea les está llevando al arrinconamiento electoral y parlamentario.
Elecciones nacionales
Como persiste la idea de pensar en países y no en una abstracción superior como es Europa, las elecciones europeas se convierten en pequeños escenarios dominados por la clave interna: medir las fuerzas de los partidos nacionales e interpretar si las elecciones serán o no un castigo para el Gobierno nacional. En este sentido, las elecciones europeas son sólo una segunda vuelta de las pasadas elecciones legislativas, una señal de lo que acontecerá en las próximas, o una encuesta a gran escala sobre el Gobierno de turno.
No es algo de lo que quieran escapar los partidos políticos. La oposición busca una victoria que cohesione sus filas y les impulse una corriente de opinión que los conduzca al Gobierno. Los Gobiernos buscan minimizar los daños, pero también las celebran como un plebiscito sobre su acción ejecutiva. Cabe pensar qué se votaba en España o en Italia, si a sus candidatos al Parlamento o a Zapatero y Berlusconi.
Sin embargo, la escasa participación, ¿da validez a esa idea? La idea de que las elecciones se conviertan o no en castigo para el Gobierno depende de la capacidad de cada sector, Ejecutivo y Oposición, por imponer su tesis. ¿En Francia ha ganado Sarkozy? Su partido ha sido el más votado, pero enfrente tiene a un 70% de franceses que no le han votado. ¿El Partido Laborista y su Gobierno han sido humillados electoralmente con el 15%? Pero la participación ha sido mucho menor y en unas generales estarían en segundo o (hipotético) primer lugar. El ejemplo de Tony Blair es clarividente.
No votas, no te quejes
El castigo, entonces, no se demuestra tanto votando como no yendo a votar. Un peligro en el que concurren los partidos cada vez que pierden es culpar a la baja (o alta) participación. Recordemos a Pilar del Castillo en 2004 culpando de la derrota electoral conservadora a “personas que habitualmente no participan”. Si no votabas, no lo hagas ahora.
Ahora, cuando los derrotados son otros, se cae en la sencillez de acusar a la gente de no votar. Un clásico argumento, “ahora por no votar no os quejéis si votan contra los derechos sociales o el Bienestar” es, aunque de recurso fácil, infantil. No votas, no te quejes.
Pero el voto es un derecho y, por ello mismo, libre de practicar. Si ya es un deber, sería un planteamiento distinto. Personalmente, el voto no debe ser sólo un derecho, sino un deber. Pero no un deber legal sino cívico, tiene que venir de cada ciudadano.
Ahora bien, esto no puede darse si no hay una opción que se considere digna de votar. Es lo que ha ocurrido en estas elecciones. ¿Cómo va a ganar apoyos un PS francés desgarrado por sus luchas internas? ¿Cómo va a votarse a Berlusconi cuando su moral es radicalmente distinta a la quiere imponer a los italianos? En términos de mercado, para que un consumidor (votante) adquiera un producto (partido) con su moneda de cambio (voto), ese producto debe cumplir las garantías justas de calidad, teniendo en cuenta el resto de la oferta existente y sus ventajas o desventajas respecto a las otras.
Entonces, ¿hay que culpar de la abstención a los votantes o a los partidos?
1 comentario:
c'est la vie!
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