Hablaba ayer con mi compañero de carrera Dion Baillargeon (siento si vuelves a monopolizar el blog, jeje), sobre Kirchner, de que la muerte de grandes figuras públicas nos hace glorificarlas y elevarlas a una categoría de estadistas que en vida no nos habríamos atrevido a realizar.
Hoy, sin embargo, no se nos ha ido un político de usar y tirar de los de ahora, producto del mundo consumista actual, sino una persona de gran talla, de los de antes, de los que tanto nos queda aún por aprender. Se nos ha ido Marcelino Camacho.
El histórico líder de Comisiones Obreras era, en palabras de su hijo, "un hombre bueno, dedicado a los trabajadores, las causas sociales y el Estado de bienestar". Pocas, pero exactas palabras, para resumir brevemente una agitada vida de lucha por la libertad de los españoles y la defensa de los derechos de los trabajadores.
Fundador del sindicato CC.OO., sufrió persecución por el franquismo, y condenado por la dictadura en el famoso Proceso 1001 y, junto con otros nueve dirigentes sindicales, recluido en la Cárcel de Carabanchel, de la que hoy sólo queda el recuerdo. Condenados por delitos de lo que en los países desarrollados y democráticos de Europa eran derechos reconocidos e incuestionable: la libertad de asociación y la defensa de los derechos sociales, dos derechos que ahora desdeñamos y no alcanzamos a comprender ni su importancia ni cuántos años y cuánta gente costó que fueran reconocidos.
Espero que su figura se mantenga fresca en el recuerdo de todos los que creemos que la defensa de la libertad y de los derechos de los ciudadanos, sobre todo de los que menos tienen, están por encima de todo. Espero que su figura, que ya contra el franquismo se hizo un hueco en la Historia, no acumule el polvo que se reservan a los héroes ausentes. La lucha que inició Marcelino Camacho era necesaria entonces y ahora. Sí, también ahora, cuando el sindicalismo se enfrenta a su peor crisis en años, no sólo por la campaña de desprestigio de la prensa y de la derecha política y económica, sino por su crisis interna. Los sindicatos ven envejecer sus bases, sin recambio, sin confianza entre los miles de jóvenes desempleados, becarios y empleados con un contrato precario o mileurista.
En esta vida no podemos elegir entre garantizar las pensiones de los trabajadores de ahora y a los que están por venir o resolver el acuciante problema del paro estructural español y del gran paro juvenil, haciendo que siempre sufran los trabajadores y desempleados. Estas cuestiones deben resolverse juntas: se puede, y ya sabemos quiénes son los que se resisten a hacer de la democracia política española una verdadera democracia social.
Mantener viva la defensa de los trabajadores y adaptarla a sus nuevos problemas y multiplicidad de intereses es el mejor modo de honrar a Marcelino Camacho.
Hoy, sin embargo, no se nos ha ido un político de usar y tirar de los de ahora, producto del mundo consumista actual, sino una persona de gran talla, de los de antes, de los que tanto nos queda aún por aprender. Se nos ha ido Marcelino Camacho.
El histórico líder de Comisiones Obreras era, en palabras de su hijo, "un hombre bueno, dedicado a los trabajadores, las causas sociales y el Estado de bienestar". Pocas, pero exactas palabras, para resumir brevemente una agitada vida de lucha por la libertad de los españoles y la defensa de los derechos de los trabajadores.
Fundador del sindicato CC.OO., sufrió persecución por el franquismo, y condenado por la dictadura en el famoso Proceso 1001 y, junto con otros nueve dirigentes sindicales, recluido en la Cárcel de Carabanchel, de la que hoy sólo queda el recuerdo. Condenados por delitos de lo que en los países desarrollados y democráticos de Europa eran derechos reconocidos e incuestionable: la libertad de asociación y la defensa de los derechos sociales, dos derechos que ahora desdeñamos y no alcanzamos a comprender ni su importancia ni cuántos años y cuánta gente costó que fueran reconocidos.
Espero que su figura se mantenga fresca en el recuerdo de todos los que creemos que la defensa de la libertad y de los derechos de los ciudadanos, sobre todo de los que menos tienen, están por encima de todo. Espero que su figura, que ya contra el franquismo se hizo un hueco en la Historia, no acumule el polvo que se reservan a los héroes ausentes. La lucha que inició Marcelino Camacho era necesaria entonces y ahora. Sí, también ahora, cuando el sindicalismo se enfrenta a su peor crisis en años, no sólo por la campaña de desprestigio de la prensa y de la derecha política y económica, sino por su crisis interna. Los sindicatos ven envejecer sus bases, sin recambio, sin confianza entre los miles de jóvenes desempleados, becarios y empleados con un contrato precario o mileurista.
En esta vida no podemos elegir entre garantizar las pensiones de los trabajadores de ahora y a los que están por venir o resolver el acuciante problema del paro estructural español y del gran paro juvenil, haciendo que siempre sufran los trabajadores y desempleados. Estas cuestiones deben resolverse juntas: se puede, y ya sabemos quiénes son los que se resisten a hacer de la democracia política española una verdadera democracia social.
Mantener viva la defensa de los trabajadores y adaptarla a sus nuevos problemas y multiplicidad de intereses es el mejor modo de honrar a Marcelino Camacho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario