El movimiento País Vasco y Libertad (Euskadi ta Askatasuna) surge de las juventudes del PNV de fines de los años 50, desafectas del abandono del partido nacionalista de la resistencia a la dictadura. El movimiento lo forman jóvenes de clase media, educadas en colegios religiosos e influidos por el marxismo y los movimientos de liberación nacional, como Cuba, Vietnam o Argelia, y partidarios de la estrategia armada para cambiar la situación de Euskal Herria, oprimida por España y Francia.
El movimiento adquiere un gran apoyo social. ¿A qué se debe? Hay que analizarlo en el contexto histórico del nacionalismo vasco. Existen varios traumas o rupturas en el País Vasco en los últimos dos siglos: el fin del orden tradicional del Antiguo Régimen con la derrota del carlismo, las grandes olas inmigratorias de principios del siglo XX procedentes de otros puntos de España, la crisis de la sociedad rural tradicional, “corrompida” por las formas de vida de los “maketos”, a juicio de Sabino Arana, y la guerra civil y un nuevo impulso inmigratorio que acaba con los últimos reductos de la sociedad tradicional vasca.
El nacionalismo intenta defender una sociedad vasca pura. Su ideal de nación son los antiguos valles rurales vascos, rotos por la industrialización. La ruptura del orden tradicional y, con ella, la ruptura del viejo control social de la comunidad sobre los individuos, es el mito legitimador de la violencia de ETA. Antiguamente la sociedad vasca era una sociedad aislada y agraria, donde las relaciones sociales no se daban entre individuos sino entre casas, una sociedad totalmente patriarcal. La casa era el elemento de socialización y todos sus integrantes compartían los mismos valores. El reparto de papeles estaba taxativamente repartido: la mujer ejercía el control social de la casa, de los hijos y por la administración de la economía casera, pero el hombre tomaba todas las decisiones.
Romper ese universo cerrado suponía un grave castigo social porque se rompía la cohesión de la comunidad. Un ejemplo dramático es el caso de Yoyes cuando rompe con la dirección de ETA y sufre la hostilidad de su pueblo natal, donde es asesinada en plenas fiestas y éstas no se suspenden. Los rituales tradicionales no se rompen por traidores. No por algo, incluso hoy, los asesinatos de ETA se responden con un “algo habrán hecho”.
El miedo de los etarras no es ser ejecutado por la banda, sino el miedo a ser considerado un infractor, miedo a la calumnia y miedo a la indiferencia en el medio social vasco. Es la víctima, y no el verdugo, el que tiene que explicar lo que ha hecho para merecer la ejecución.
(mañana, la segunda parte)
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