Uno de los problemas que afronta la socialdemocracia es su poca convicción alternativa a la economía neoliberal, que lo inunda todo y destruye todo. ¿Qué es África sino una olla a presión? Un continente masificado, empobrecido, dejado a la deriva de dictadorzuelos, explotadas sus materias primas. ¿Acaso ha cambiado mucho? ¿Industrialización? ¿Democracia? ¿Libertad? No. Sólo SIDA, hambre y guerras.
Como puede decirse África puede decirse Asia, América Latina… Asia como continente también plagado de dictaduras, de hambre y concentración de la riqueza en manos de unos poco privilegiados (élites chinas, Singapur, Hong Kong…); América Latina como también continente donde una minoría tiene un gran porcentaje de la riqueza, un hundimiento de la clase media y problemas sociales cuyas respuestas intentan solucionar gobiernos de izquierda, desde la socialdemocracia al populismo autoritario pseudemocrático.
¿Cuál es el límite del libre comercio? Los neoliberales claman por barrer las fronteras económicas y cualquier traba o intervención estatal, eliminando de un plumazo impuestos, monopolios estatales y leyes restrictivas. ¿Para qué? Buscan una mayor libertad económica. Pero, ¿cuál?
Su libertad económica. El fin de cualquier traba: libertad de precio, libertad de contratación, que por la búsqueda infinita y ciega del máximo beneficio lleva a un precio inflado y al empleo mal pagado y precario. Unido a unos sindicatos burocratizados en extremo y bastante alejados en muchas ocasiones de las demandas y exigencias de los trabajadores, lleva a un sector laboral desprotegido frente a la dictadura de la libre economía de los grupos enriquecidos, no a una mayor libertad.
La Declaración de derechos del hombre y del ciudadano que aprobó la Asamblea Nacional francesa en 1789 dice en su artículo 4: la libertad consiste en poder hacer todo aquello que no dañe a un tercero; por tanto el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que aseguren a los demás miembros de la sociedad el disfrute de estos mismos derechos. Estos límites no pueden ser determinados más que por la ley.
Así pues, este artículo se resumen con un sencillo: mi libertad termina donde empieza la tuya. Esto es base imprescindible del liberalismo, y por extensión también del socialismo: no hay socialismo sin libertad.
Lo cual, lleva a la reflexión: ¿el límite de la libertad económica de una persona se detendría directamente cuando ésta amenazara la libertad económica de otra persona? En mi opinión sí. Esto por tanto no niega el enriquecimiento de una persona, sí en cambio sitúa sus límites e impide un ejercicio despótico del trabajo ajeno y propio, asentando principios de solidaridad e interdependencia. De un plumazo se elimina la explotación y la concentración de la riqueza en una minoría cada vez más monolítica y endogámica: una nueva aristocracia pseudoestamental frente a un Tercer Estado que esta vez en cambio tiene ganados el derecho de expresión.
De aquí entra en dilema la cuestión que es también bandera del neoliberalismo: el individualismo radical. Para el neoliberalismo el individuo es una especie de demiurgo, egoísta y autónomo, capaz de conseguir sus fines sin ayuda ajena, atacando así el neoliberalismo el concepto solidario socialista, de colectividad unida frente a problemas y bonanzas. Es la cultura del “yo primero”, como bien expone Anthony Giddens en “La tercera vía: la renovación de la socialdemocracia”. Esta cultura destruye valores comunes y preocupaciones públicas. Sólo existe un individuo, el yo, que debe satisfacer sus propias necesidades sin pensar en los demás, a costa de ellos inclusive. Una nueva ley de la jungla y de lucha por la supervivencia: no es ya la lucha de clases, ¡es la lucha entre todos! ¡Volaron las clases, volaron los valores, voló la solidaridad!
El individualismo es totalmente imposible, ningún individuo sobrevive sin la colaboración con otros individuos: educación, familia, trabajo… ¿cómo mantendría el dueño de El Corte Inglés su imperio comercial si se vendieran todas las acciones de otros accionistas o dejara de tener clientes? ¿Cómo podría formarse una gran empresa sin la colaboración y el capital de otros inversores? ¿Cómo mandaría un gobierno si no fuese obedecido por los ciudadanos? ¿Qué sería de un niño sin sus padres? El colectivismo es universal, todos colaboramos para nuestra supervivencia y la del resto, de lo contrario retrocederíamos a algo anterior a la época de las cavernas.
¿Es necesario el libre comercio? Sí, completamente. Pero solo limitado lo mismo que la propia libertad es limitada, nunca absoluta porque sería contradictoria en sí misma. El pequeño y mediano comercio es siempre mucho mejor y más igualitario que las grandes empresas, verdaderos oligopolios controlados por la élite endogámica. La clásica clase trabajadora está disminuida: la socialdemocracia no tiene que contar únicamente con su apoyo, que debe mantener pues es su origen y razón de ser, y ampliarse y consolidarse hacia la clase media, esa clase media que posibilite y desarrolle esos comercios, a los trabajadores del sector servicios y al funcionariado público, como nuevo bloque interclasista progresista que lleve el postulado socialista al poder y a la reforma de la sociedad.
Como puede decirse África puede decirse Asia, América Latina… Asia como continente también plagado de dictaduras, de hambre y concentración de la riqueza en manos de unos poco privilegiados (élites chinas, Singapur, Hong Kong…); América Latina como también continente donde una minoría tiene un gran porcentaje de la riqueza, un hundimiento de la clase media y problemas sociales cuyas respuestas intentan solucionar gobiernos de izquierda, desde la socialdemocracia al populismo autoritario pseudemocrático.
¿Cuál es el límite del libre comercio? Los neoliberales claman por barrer las fronteras económicas y cualquier traba o intervención estatal, eliminando de un plumazo impuestos, monopolios estatales y leyes restrictivas. ¿Para qué? Buscan una mayor libertad económica. Pero, ¿cuál?
Su libertad económica. El fin de cualquier traba: libertad de precio, libertad de contratación, que por la búsqueda infinita y ciega del máximo beneficio lleva a un precio inflado y al empleo mal pagado y precario. Unido a unos sindicatos burocratizados en extremo y bastante alejados en muchas ocasiones de las demandas y exigencias de los trabajadores, lleva a un sector laboral desprotegido frente a la dictadura de la libre economía de los grupos enriquecidos, no a una mayor libertad.
La Declaración de derechos del hombre y del ciudadano que aprobó la Asamblea Nacional francesa en 1789 dice en su artículo 4: la libertad consiste en poder hacer todo aquello que no dañe a un tercero; por tanto el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que aseguren a los demás miembros de la sociedad el disfrute de estos mismos derechos. Estos límites no pueden ser determinados más que por la ley.
Así pues, este artículo se resumen con un sencillo: mi libertad termina donde empieza la tuya. Esto es base imprescindible del liberalismo, y por extensión también del socialismo: no hay socialismo sin libertad.
Lo cual, lleva a la reflexión: ¿el límite de la libertad económica de una persona se detendría directamente cuando ésta amenazara la libertad económica de otra persona? En mi opinión sí. Esto por tanto no niega el enriquecimiento de una persona, sí en cambio sitúa sus límites e impide un ejercicio despótico del trabajo ajeno y propio, asentando principios de solidaridad e interdependencia. De un plumazo se elimina la explotación y la concentración de la riqueza en una minoría cada vez más monolítica y endogámica: una nueva aristocracia pseudoestamental frente a un Tercer Estado que esta vez en cambio tiene ganados el derecho de expresión.
De aquí entra en dilema la cuestión que es también bandera del neoliberalismo: el individualismo radical. Para el neoliberalismo el individuo es una especie de demiurgo, egoísta y autónomo, capaz de conseguir sus fines sin ayuda ajena, atacando así el neoliberalismo el concepto solidario socialista, de colectividad unida frente a problemas y bonanzas. Es la cultura del “yo primero”, como bien expone Anthony Giddens en “La tercera vía: la renovación de la socialdemocracia”. Esta cultura destruye valores comunes y preocupaciones públicas. Sólo existe un individuo, el yo, que debe satisfacer sus propias necesidades sin pensar en los demás, a costa de ellos inclusive. Una nueva ley de la jungla y de lucha por la supervivencia: no es ya la lucha de clases, ¡es la lucha entre todos! ¡Volaron las clases, volaron los valores, voló la solidaridad!
El individualismo es totalmente imposible, ningún individuo sobrevive sin la colaboración con otros individuos: educación, familia, trabajo… ¿cómo mantendría el dueño de El Corte Inglés su imperio comercial si se vendieran todas las acciones de otros accionistas o dejara de tener clientes? ¿Cómo podría formarse una gran empresa sin la colaboración y el capital de otros inversores? ¿Cómo mandaría un gobierno si no fuese obedecido por los ciudadanos? ¿Qué sería de un niño sin sus padres? El colectivismo es universal, todos colaboramos para nuestra supervivencia y la del resto, de lo contrario retrocederíamos a algo anterior a la época de las cavernas.
¿Es necesario el libre comercio? Sí, completamente. Pero solo limitado lo mismo que la propia libertad es limitada, nunca absoluta porque sería contradictoria en sí misma. El pequeño y mediano comercio es siempre mucho mejor y más igualitario que las grandes empresas, verdaderos oligopolios controlados por la élite endogámica. La clásica clase trabajadora está disminuida: la socialdemocracia no tiene que contar únicamente con su apoyo, que debe mantener pues es su origen y razón de ser, y ampliarse y consolidarse hacia la clase media, esa clase media que posibilite y desarrolle esos comercios, a los trabajadores del sector servicios y al funcionariado público, como nuevo bloque interclasista progresista que lleve el postulado socialista al poder y a la reforma de la sociedad.
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